CONFLICTOS DE PAREJA (II) | HINAULT-LEMOND (1985-86)
La falsa promesa
Hinaut, por delante de LeMond, líder, en Los Alpes. (Foto: C. VIOUJARD)
Actualizado sábado 06/12/2008 18:06 (CET)
ÓSCAR FORNET
MADRID.- Resultaría sencillo hablar mal de Greg LeMond. Decir, por ejemplo, que el Tour de 1990 lo ganó tras una sucesión de despistes de Delgado, o porque a José Miguel Echávarri, su director, la irrupción de Induráin le pilló, como a todos, completamente desprevenido. De LeMond podría recordarse también cómo un año antes, 23 de julio, se sirvió de un exclusivo manillar de triatleta para mover con soltura un tortuoso 54x12 y superar por ocho ridículos segundos a Laurent Fignon, mortificado por un forúnculo sobre el adoquín de la avenida más representativa de Francia.
Resultaría sencillo castigar a LeMond por su ciclismo rácano, siempre a rueda, calculadora en mano, la rentabilidad del esfuerzo como principio básico, o porque aquel accidente de caza que le mantuvo dos años parado no fue para tanto. Pero antes de todo eso, LeMond ya había demostrado su condición de ciclista campeón. Aún eran tiempos de Hinault.
El ciclista bretón, en el otoño de su carrera, arrastraba una obsesión. Tan cerca de Anquetil y Merckx, casi los rozaba. Una victoria le impedía sentarse a su lado, el quinto Tour que nunca llegaba. Maldito Fignon, su antiguo gregario en el Renault de Cyril Guimard, con quien Hinault rompió en 1983 para fichar por La Vie Claire, dirigido Paul Koechli. ¿Por qué no desaparece o se opera la tendinitis de su rodilla, como hice yo en 1983, dejándole vía libre para su primer triunfo?, podría haber pensado el gran 'Caimán', siempre egoísta, altivo, soberbio, tras someterse en 1984 a la pedalada terrible del 'profesor'.
Si aquellos deseos merodearon alguna vez entre sus ideas, algún genio los escuchó, porque al Tour de 1985 no acudió el campeón de las dos últimas ediciones. Su rodilla, como la de Hinault, no pudo evitar el quirófano. Camino despejado. Pero aquello no bastaba, no aseguraba el éxito. Había que reducir al máximo el abanico de rivales. Había que fichar a LeMond. De aquello se encargaron los millones de Bernard Tapie.
Si bien el magnate francés, dueño de la formación, nunca ocultó su deseo de contar con Fignon, no puso reparos en satisfacer a su corredor. LeMond, el último gran proyecto de Guimard, acudió a la llamada del dinero sin pensarlo dos veces. Entonces no sabía dónde se metía. No se enteró hasta que el Tour entró en los Pirineos. Antes, a un Hinault pletórico, sobrado, excitado por la proximidad de la montaña, se le ocurrió realizar una de esas exhibiciones gratuitas, propias de Eddy Merckx. En Saint Etienne, pocos días antes del inicio de la verdadera batalla, disputa un 'sprint' y sale de él con la nariz rota y la cabeza llena de preguntas. Y el Tourmalet -Pello Ruiz Cabestany coronó su cima en cabeza aquel año-, a la vuelta de la esquina.
Medio siglo después de Vietto
La carretera se empina. Y el público comienza entonces a asociar las rampas con una señal que no dejará de repetirse durante el resto de la década: salta Perico. Y con él, Stephen Roche, y tras ellos, sin perder la estela, cara de sueco, como si aquello no fuese con él, Greg LeMond. El americano, que nunca había oído hablar de René Vietto, iba a vivir en su piel, 51 años después, la misma experiencia que el diminuto y adorado escalador francés, el mismo sacrificio que Louison Bobet haría, en 1947, por Vietto. Al fin se decide, se implica en la fuga, pedalea ligero, alegre, sin mirar atrás.
LeMond no ve acercarse a Koechli, que le ordena parar, esperar a su maltrecho líder. "Me dijo que [Hinault] venía a 45 segundos, pero cuando el primer grupo perseguidor me alcanzó, comprendí que todo era mentira", reveló el americano poco después. En realidad, Hinault, líder en la clasificación seguido de cerca por su compañero, acumulaba más de cuatro minutos de retraso. Delgado obtiene, en Luz Ardiden, entre la niebla, su primera victoria de etapa en el Tour. [Vea el vídeo]
Frustrado y, sobre todo, terriblemente enfadado, LeMond aparcó su bicicleta convencido de abandonar la carrera. Una reunión a cuatro bandas -Tapie, Koechli, Hinault y LeMond- frenó su decisión. La habilidad de Tapie calmó la ira del estadounidense. En aquella habitación nació un pacto: LeMond seguiría ayudando a Hinault a ganar su quinto Tour y al año siguiente todo el equipo, incluido el bretón, trabajaría para él. "Yo debería haber ganado aquella edición, pero más me dolió la siguiente, en 1986", recordó en una entrevista LeMond. "Hinault no paró de atacarme, no respetó su palabra".
'Hinault se obcecó con una sexta victoria olvidando que sin mi ayuda nunca hubiera logrado la quinta. Podría haberse acordado de eso en lugar de hacernos vivir en un clima insoportable'
Meses antes, en enero, el francés había había advertido: "Estoy de acuerdo en ayudar a LeMond, pero sólo si en la carretera demuestra merecer el jersey amarillo". Y el día de ponerle a prueba llegó, sobre rutas sagradas del Tour, entre Luchon y Pau. Hinault demarró como siempre, lejos de la meta, con violencia, y a su paso sólo dejó cadáveres. Herrera, Hampsten, Zimmermann o Millar reducidos a cenizas. LeMond llegó, atacado de los nervios, a cuatro minutos, justo a tiempo para ver a su compañero en el podio, de amarillo, sonriente, feliz. La explicación de bretón suena a chiste: "Si ataqué desde lejos fue para castigar a los rivales. Durante todo ese tiempo, LeMond sólo tuvo que seguir su rueda". Junto a Hinault sólo resistió Delgado. La etapa, su premio.
Alcanzar a Anquetil y Merckx no sació, como era de suponer, la codicia de Hinault. Uno más, el sexto, el que haría de él un ciclista único, quedaba tan cerca. Y entonces perdió la cabeza. Al día siguiente, camino de Superbagneres, el Tourmalet de testigo, el 'Caimán' se atragantó de gloria. Como en 1984, cuando atacó en el valle, en el llano, el viento de cara, kilómetros antes de Alpe d'Huez, tratando de intimidar a un sorprendido Fignon que poco después pasaría a su lado como un cohete. Algo no muy distinto sucedió en Superbagneres. De allí salió vestido de amarillo Greg LeMond.
LeMond (i) e Hinault cruzan juntos la meta de Alpe d'Huez.
'Teatro' en el Alpe d'Huez
Queda el numerito de Alpe d'Huez, una de las estampas imperecederas de la 'Grande Boucle', los dos cogidos de la mano, símbolo de una reconciliación ficticia. Que lo cuente LeMond: "Aquello fue puro teatro, se hizo para las fotos. En realidad, el equipo estaba partido en dos. Y faltó poco para llegar a las manos. Al pie del puerto, Hinault me dijo que ya no me atacaría más. Lo dijo porque sabía que podría alcanzarle". La otra parte, obviamente, lo recuerda distinto. "Podría haber seguido fastidiando a LeMond en Alpe d'Huez, pero en ningún momento pensé en atacarle. Sólo al final quise forzar una pequeña guerra psicológica, a ver cómo respondía".
Hinault nunca volvió a retar a Anquetil y a Merckx. LeMond se recuperó de los perdigonazos recibidos durante una mañana de caza y sumó dos nuevos triunfos en la ronda francesa. Hace no mucho aportó esta reflexión: "Hinault dejó de ser el hombre que conocí en mis comienzos. Se obcecó con una sexta victoria olvidando que sin mi ayuda nunca hubiera logrado la quinta. Podría haberse acordado de eso en lugar de hacernos vivir en un clima insoportable".
Tapie descubrió las lucrativas ventajas del fútbol y se alejó del ciclismo. Años más tarde confirmaría las palabras del californiano: "De haber estado en situación de ganar el Tour de 1986, Hinault hubiera masacrado a LeMond. Resultaba imposible dar instrucciones a un chico como él".
Aquel año, en La Vie Claire debutó un joven Jean-François Bernard: "Para ser franco, no sé que pintaba yo en aquel infierno. La tensión que existía entre Bernard y Greg era insoportable. Llegué a ver a Greg subir la bicicleta a su habitación temiendo que alguien le hiciera algo durante la noche. Algunos días más tarde, LeMond cenó en el mismo restaurante, pero no se sentó con nosotros. Bernard hacía la vida dura. Koechli, nuestro director, estaba desbordado. Menos mal que tenía a Tapie, un hombre capaz de cambiar a una persona en 10 minutos, de hacerle ver que algo era negro aunque fuera blanco. La gente preguntaba mucho, pero los del equipo tampoco sabíamos gran cosa. Ni los periodistas. En mi opinión, la verdad no se conocerá jamás".
La falsa promesa
- Bernard Tapie tiró de chequera y creó un equipo para que el bretón lograra su quinto Tour
- LeMond ayudó a su líder tras pactar que al año siguiente éste se sacrificaría por él
- Hinault no cumplió su palabra y en los Pirineos atacó sin descanso al estadounidense
Hinaut, por delante de LeMond, líder, en Los Alpes. (Foto: C. VIOUJARD)
Actualizado sábado 06/12/2008 18:06 (CET)
ÓSCAR FORNET
MADRID.- Resultaría sencillo hablar mal de Greg LeMond. Decir, por ejemplo, que el Tour de 1990 lo ganó tras una sucesión de despistes de Delgado, o porque a José Miguel Echávarri, su director, la irrupción de Induráin le pilló, como a todos, completamente desprevenido. De LeMond podría recordarse también cómo un año antes, 23 de julio, se sirvió de un exclusivo manillar de triatleta para mover con soltura un tortuoso 54x12 y superar por ocho ridículos segundos a Laurent Fignon, mortificado por un forúnculo sobre el adoquín de la avenida más representativa de Francia.
Resultaría sencillo castigar a LeMond por su ciclismo rácano, siempre a rueda, calculadora en mano, la rentabilidad del esfuerzo como principio básico, o porque aquel accidente de caza que le mantuvo dos años parado no fue para tanto. Pero antes de todo eso, LeMond ya había demostrado su condición de ciclista campeón. Aún eran tiempos de Hinault.
El ciclista bretón, en el otoño de su carrera, arrastraba una obsesión. Tan cerca de Anquetil y Merckx, casi los rozaba. Una victoria le impedía sentarse a su lado, el quinto Tour que nunca llegaba. Maldito Fignon, su antiguo gregario en el Renault de Cyril Guimard, con quien Hinault rompió en 1983 para fichar por La Vie Claire, dirigido Paul Koechli. ¿Por qué no desaparece o se opera la tendinitis de su rodilla, como hice yo en 1983, dejándole vía libre para su primer triunfo?, podría haber pensado el gran 'Caimán', siempre egoísta, altivo, soberbio, tras someterse en 1984 a la pedalada terrible del 'profesor'.
Si aquellos deseos merodearon alguna vez entre sus ideas, algún genio los escuchó, porque al Tour de 1985 no acudió el campeón de las dos últimas ediciones. Su rodilla, como la de Hinault, no pudo evitar el quirófano. Camino despejado. Pero aquello no bastaba, no aseguraba el éxito. Había que reducir al máximo el abanico de rivales. Había que fichar a LeMond. De aquello se encargaron los millones de Bernard Tapie.
Si bien el magnate francés, dueño de la formación, nunca ocultó su deseo de contar con Fignon, no puso reparos en satisfacer a su corredor. LeMond, el último gran proyecto de Guimard, acudió a la llamada del dinero sin pensarlo dos veces. Entonces no sabía dónde se metía. No se enteró hasta que el Tour entró en los Pirineos. Antes, a un Hinault pletórico, sobrado, excitado por la proximidad de la montaña, se le ocurrió realizar una de esas exhibiciones gratuitas, propias de Eddy Merckx. En Saint Etienne, pocos días antes del inicio de la verdadera batalla, disputa un 'sprint' y sale de él con la nariz rota y la cabeza llena de preguntas. Y el Tourmalet -Pello Ruiz Cabestany coronó su cima en cabeza aquel año-, a la vuelta de la esquina.
Medio siglo después de Vietto
La carretera se empina. Y el público comienza entonces a asociar las rampas con una señal que no dejará de repetirse durante el resto de la década: salta Perico. Y con él, Stephen Roche, y tras ellos, sin perder la estela, cara de sueco, como si aquello no fuese con él, Greg LeMond. El americano, que nunca había oído hablar de René Vietto, iba a vivir en su piel, 51 años después, la misma experiencia que el diminuto y adorado escalador francés, el mismo sacrificio que Louison Bobet haría, en 1947, por Vietto. Al fin se decide, se implica en la fuga, pedalea ligero, alegre, sin mirar atrás.
LeMond no ve acercarse a Koechli, que le ordena parar, esperar a su maltrecho líder. "Me dijo que [Hinault] venía a 45 segundos, pero cuando el primer grupo perseguidor me alcanzó, comprendí que todo era mentira", reveló el americano poco después. En realidad, Hinault, líder en la clasificación seguido de cerca por su compañero, acumulaba más de cuatro minutos de retraso. Delgado obtiene, en Luz Ardiden, entre la niebla, su primera victoria de etapa en el Tour. [Vea el vídeo]
Frustrado y, sobre todo, terriblemente enfadado, LeMond aparcó su bicicleta convencido de abandonar la carrera. Una reunión a cuatro bandas -Tapie, Koechli, Hinault y LeMond- frenó su decisión. La habilidad de Tapie calmó la ira del estadounidense. En aquella habitación nació un pacto: LeMond seguiría ayudando a Hinault a ganar su quinto Tour y al año siguiente todo el equipo, incluido el bretón, trabajaría para él. "Yo debería haber ganado aquella edición, pero más me dolió la siguiente, en 1986", recordó en una entrevista LeMond. "Hinault no paró de atacarme, no respetó su palabra".
'Hinault se obcecó con una sexta victoria olvidando que sin mi ayuda nunca hubiera logrado la quinta. Podría haberse acordado de eso en lugar de hacernos vivir en un clima insoportable'
Meses antes, en enero, el francés había había advertido: "Estoy de acuerdo en ayudar a LeMond, pero sólo si en la carretera demuestra merecer el jersey amarillo". Y el día de ponerle a prueba llegó, sobre rutas sagradas del Tour, entre Luchon y Pau. Hinault demarró como siempre, lejos de la meta, con violencia, y a su paso sólo dejó cadáveres. Herrera, Hampsten, Zimmermann o Millar reducidos a cenizas. LeMond llegó, atacado de los nervios, a cuatro minutos, justo a tiempo para ver a su compañero en el podio, de amarillo, sonriente, feliz. La explicación de bretón suena a chiste: "Si ataqué desde lejos fue para castigar a los rivales. Durante todo ese tiempo, LeMond sólo tuvo que seguir su rueda". Junto a Hinault sólo resistió Delgado. La etapa, su premio.
Alcanzar a Anquetil y Merckx no sació, como era de suponer, la codicia de Hinault. Uno más, el sexto, el que haría de él un ciclista único, quedaba tan cerca. Y entonces perdió la cabeza. Al día siguiente, camino de Superbagneres, el Tourmalet de testigo, el 'Caimán' se atragantó de gloria. Como en 1984, cuando atacó en el valle, en el llano, el viento de cara, kilómetros antes de Alpe d'Huez, tratando de intimidar a un sorprendido Fignon que poco después pasaría a su lado como un cohete. Algo no muy distinto sucedió en Superbagneres. De allí salió vestido de amarillo Greg LeMond.
LeMond (i) e Hinault cruzan juntos la meta de Alpe d'Huez.
'Teatro' en el Alpe d'Huez
Queda el numerito de Alpe d'Huez, una de las estampas imperecederas de la 'Grande Boucle', los dos cogidos de la mano, símbolo de una reconciliación ficticia. Que lo cuente LeMond: "Aquello fue puro teatro, se hizo para las fotos. En realidad, el equipo estaba partido en dos. Y faltó poco para llegar a las manos. Al pie del puerto, Hinault me dijo que ya no me atacaría más. Lo dijo porque sabía que podría alcanzarle". La otra parte, obviamente, lo recuerda distinto. "Podría haber seguido fastidiando a LeMond en Alpe d'Huez, pero en ningún momento pensé en atacarle. Sólo al final quise forzar una pequeña guerra psicológica, a ver cómo respondía".
Hinault nunca volvió a retar a Anquetil y a Merckx. LeMond se recuperó de los perdigonazos recibidos durante una mañana de caza y sumó dos nuevos triunfos en la ronda francesa. Hace no mucho aportó esta reflexión: "Hinault dejó de ser el hombre que conocí en mis comienzos. Se obcecó con una sexta victoria olvidando que sin mi ayuda nunca hubiera logrado la quinta. Podría haberse acordado de eso en lugar de hacernos vivir en un clima insoportable".
Tapie descubrió las lucrativas ventajas del fútbol y se alejó del ciclismo. Años más tarde confirmaría las palabras del californiano: "De haber estado en situación de ganar el Tour de 1986, Hinault hubiera masacrado a LeMond. Resultaba imposible dar instrucciones a un chico como él".
Aquel año, en La Vie Claire debutó un joven Jean-François Bernard: "Para ser franco, no sé que pintaba yo en aquel infierno. La tensión que existía entre Bernard y Greg era insoportable. Llegué a ver a Greg subir la bicicleta a su habitación temiendo que alguien le hiciera algo durante la noche. Algunos días más tarde, LeMond cenó en el mismo restaurante, pero no se sentó con nosotros. Bernard hacía la vida dura. Koechli, nuestro director, estaba desbordado. Menos mal que tenía a Tapie, un hombre capaz de cambiar a una persona en 10 minutos, de hacerle ver que algo era negro aunque fuera blanco. La gente preguntaba mucho, pero los del equipo tampoco sabíamos gran cosa. Ni los periodistas. En mi opinión, la verdad no se conocerá jamás".